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lunes, 7 de julio de 2014

El vuelo mágico de La Saeta



El padre de Alfredo nació en la Boca, cuando xeneizes y millonarios aún compartían vecindario. Toda la familia tenía predilección por el azul y el amarillo, pero el pequeño niño rubio se enamoró de la banda roja. Creció deleitándose con el juego de Moreno y Pedernera, cuando todavía ni imaginaba que terminaría compartiendo la cancha con ellos. Su vida estuvo llena de matices, de anécdotas y de grandes historias. También de un profundo y absoluto reconocimiento.

Insider derecho, wing o centrodelantero. Dicen los que lo vieron jugar que nunca más existió otro igual. El talento de Di Stéfano abarcaba toda la cancha. Debutó en 1945 en lo que fue derrota por 2 a 1 contra Huracán en cancha de San Lorenzo. Rápidamente recaló en tercera otra vez y luego fue cedido al Globo, donde anotó 10 goles y se convirtió en revelación. Su velocidad, su habilidad con la pelota a la carrera y su olfato goleador serían las variables que lo terminarían lanzando al estrellato.


Regresó a Núñez para convertirse en titular indiscutible, reemplazando a Pedernera que se había ido a Atlanta. Con sus arranques, cautivó a la tribuna de manera instantánea y absoluta. “Socorro, socorro, ya viene La Saeta con su propulsión a chorro”, cantaban los hinchas. El campeonato se ganó de principio a fin y Alfredo pudo gritar campeón con River, siendo el goleador del torneo con 27 tantos. Luego de dos temporadas, el éxodo de futbolistas lo arrastró hacia Colombia.


En Millonarios dio cátedra. A su velocidad, sumó otras características que lo hicieron crecer como futbolista: visión de juego, un despliegue más criterioso, mucho sacrificio y su habitual eficacia. En el fútbol cafetero se alzó con tres torneos locales y una Copa Colombia. Sin embargo, la vida todavía le tenía preparadas más sorpresas, sus páginas más gloriosas.


Luego de maravillar a toda España y que los dos clubes más importantes se pelearan por su pase, fue el Real Madrid quien consiguió contratarlo. Allí, Alfredo se hizo amo y señor del equipo blanco. Guió a los merengues hacia la conquista de ocho ligas españolas y cinco Copas de Europa consecutivas. También ganó dos Copas Latinas, una Pequeña Copa del Mundo de Clubes y una Copa Intercontinental. Sus incansables conquistas le valieron el reconocimiento del mundo entero, que se cristalizó en dos balones de oro e innumerables distinciones.


Di Stéfano no tenía límites. Defendía, atacaba y creaba juego con la misma inspiración y constancia. Luego de jugar para la Selección Argentina, con la que ganó la Copa América de 1947, también integró las filas del seleccionado español. Decidió dar fin a su carrera como futbolista en el Español de Barcelona. Ya en su etapa como entrenador, dirigió a varios equipos de Europa (ganó una Liga y una Recopa con el Valencia y una Supercopa con el Real Madrid). En Argentina, logró lo que nadie más pudo: fue entrenador de River y de Boca, y los sacó campeones a ambos.


Ya alejado de las canchas, el Real Madrid decidió galardonarlo con el mote de “Presidente honorario”. En el club merengue recibió todo tipo de mimos y homenajes, pero nunca olvidó su amor por la banda. ¿Maradona o Pelé? Ante la consulta de quién era el mejor del mundo, Di Stéfano siempre contestaba lo mismo: “Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna o Loustau. Usted elija al que más le guste”. Su cariño y admiración por La Máquina trascendió tiempo y distancia.


Hoy el mundo entero llora la partida de un personaje entrañable. El universo del fútbol sangra por la pérdida de un maestro de la pelota. La Saeta Rubia se fue, rápida como en las canchas, volando al cielo. Ahora gambeteará entre las nubes y enamorará a los ángeles con su juego. Acá abajo, los mortales lo recordaremos siempre con una mezcla de nostalgia y alegría. Eterno amor de los que amamos este deporte. Hasta siempre y gracias, Don Alfredo, tanta magia no se olvida.



Macarena Álvarez Kelly

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